miércoles, 12 de marzo de 2008

Seminario Base - Primera Parte

Cada ser humano que nace viene en total inocencia. Sus sensaciones se experimentan inocentemente. En el aquí. En el ahora. No se preocupa por lo que vendrá; si tendrá o no comida o techo mañana. De hecho, no hay un mañana para él, como tampoco un pasado, pues no sabe respecto del tiempo. No tiene ningún tipo de juicio respecto a las cosas o a los demás. Ni juicios sobre sí mismo. No ha significado el mundo. Simplemente es.



Podemos entonces entender, que la mente de un bebé se podría perfectamente graficar del siguiente modo:




Pero nuestro dibujo no está completo. La mente en este estado es una herramienta que no ha tenido uso, que no cuenta con información, una suerte de "tabula rasa" en un estado de potencial infinito. La mente de un bebé recién nacido es así:




La mente en este estado, al no haber aprendido de límites y obstáculos, de conceptos y categorías, de paradigmas o universos, está anclada en el momento presente. Es cosa de ver como funciona la mente de los niños en sus más tiernas etapas: como una verdadera esponja. Y claro, ellos no están pensando en el día de ayer ni en lo que tendrán que hacer más tarde, sus percepciones son amplias, no restringidas a sus motivaciones. Un ejemplo claro es lo rápido con que se hacen del lenguaje.





A medida que pasa el tiempo, esta habilidad de la mente por absorberlo todo comienza a decrecer basado en la misma información que internalizó. Nuestra persona se construye socialmente y muchos de los guiones, juicios y normas nos son traspasados, especialmente por nuestros padres (o quien nos cuidó de pequeños).

Estaba con una amiga hace unas semanas. Ella tiene una hermosa niña de unos dos años. Caminando en el parque, de pronto perrito se nos acercó. Mi amiga comenzó a dar manotazos, a gritar "-Cuidado, cuidado, un perro, te puede morder...!-". La pequeñita se asustó mucho con la situación. De más está decir que ahora cada vez que ve uno, llora completamente alterada. ¿Qué pasó? Un miedo traspasado.

Es así como muchas vivencias no positivas que experimentamos de niños quedan impresas en nuestra memoria. Tal vez cosas sin importancia para un adulto, pero muy relevantes para un chico de cuatro años. Más aún con experiencias realmente duras para un niño como maltrato, golpes, manipulación, control extremo, descuido, preferencias por algún hermano, injusticias, falta de apoyo, etc. Si el niño no pudo procesar una mala experiencia, si no logró adaptarse a la situación y se vio excedido, quedará una impronta, una huella que, como una piedrecilla en el zapato, molestará de por vida.

Todos esos mensajes van creando un guión que nos dice que "no merecemos amor". El mensaje último que reside en el simple hecho de no cumplir una promesa a un hijo, de fallarle, de no asistir a su presentación en la escuela, es, "no soy digno de ser amado", "no soy digno de que me consideren" o "no valgo como persona". Y estos mensajes entre-líneas determinan tan radicalmente nuestras vidas tal como si cargáramos una mochila pesada. Tarde o temprano nos doblará la espalda.

Así, comienzan a aparecer los surcos:




Poco a poco nos vamos socializando y junto a este proceso, seguimos acumulando surcos; aquella vez que perdimos en la competencia de atletismo, o cuando nos traicionó una buena amiga, o la vez que trataron con rudeza nuestro corazón, o esa dolorosa muerte de un familiar, una enfermedad, la separación de nuestros padres, etc. Cada etapa va dejando "heridas de guerra" sin cicatrizar, sin sanar. La creencia de la "limitación" gobierna nuestra experiencia de vida...




Al final terminamos rodeados de creencias fosilizadas, completamente cristalizadas en nuestra mente. Estrías mentales. Con la percepción de Infinito completamente anulada. Tal como los surcos de un disco de vinilo.




Hábitos auto-destructivos

Operamos inconscientemente en muchos ámbitos. Cuando conducimos un vehículo, cuando pestañeamos y hasta cuando respiramos. Gracias a este grado de automatismo podemos poner nuestra atención en otras direcciones. Optimizar los recursos.

Los hábitos se conectan profundamente con esto. Todos saben que es realmente difícil poder liberarse de uno. Neurológicamente, un hábito deja una huella en el mismo cerebro.

También muchas de nuestras creencias automáticas nos resultan muy útiles y sería difícil vivir sin ellas. Nuestras experiencias y las de los demás nos llevan a elaborar criterios para enfrentar con eficiencia la vida. Hacemos juicios. Y prejuicios.

Muchas de las creencias que has adquirido durante tu vida, son mensajes inconscientes que complotan contra ti mismo. Una persona por un lado desea ser amada, pero termina siempre enamorándose de hombres violentos y vagos. Ahí hay un mensaje anquilosado, que no me sorprendería que dijera "-no merezco que me pasen cosas buenas-".

Todas esas creencias revolotean en tu mente constantemente y determinan quien eres. Te daré un ejemplo. Se comparó un par de grupos de chicos. Todos tenían el mismo coeficiente intelectual. Un grupo eran chicos que tenían una alta auto-percepción de su inteligencia. El otro, por el contrario, eran muchachos que pensaban que no eran muy inteligentes.

Al preguntarles por la carrera universitaria que seguirían, los de alta auto-percepción elegían profesiones académicamente exigentes como Medicina o Ingeniería. Los de baja auto-percepción elegían carreras consideradas fáciles, por el temor a no poder rendir.

Sin embargo, todos tenían la misma capacidad intelectual. La diferencia era la idea que tenían de sí mismos. Una idea adquirida por nuestra interacción social durante la vida.
Obviamente que creencias negativas así nos coartarán de mil modos. Nos limitarán. Es preciso hacer callar estos murmullos implantados. Recuperar el silencio de los bebés.